jueves, 17 de junio de 2021

La habilidad y la actitud ¿cuál va primero?

 



En este momento recuerdo a un popular entrenador y preparador físico quien, durante una sesión intensa de práctica, aseveraba de manera muy convencida que el talento, que bien pudiera asociarse a la habilidad, no sirve de nada si no hay disciplina y actitud. Analicemos estos términos para luego plantear una confrontación sana entre la habilidad y la actitud como protagonistas de este artículo.


El talento se define en el diccionario (1) como la inteligencia o la capacidad intelectual de una persona, más adelante también se lee que el talento es una aptitud o capacidad para realizar algo. Por otra parte, la disciplina, el mismo libro la define, como un conjunto de reglas para mantener el orden y la subordinación entre los miembros de un cuerpo o sujeción de las personas a estas reglas. En cuanto a la actitud, la definición está puesta en términos de una postura del cuerpo que denota cierta intención o estado de ánimo, ampliando un poco más señala que es una disposición de ánimo que se manifiesta exteriormente. Las definiciones pueden continuar, solo que me quedaré con las expuestas para desarrollar ideas que pretendan ofrecer algunas luces ante la interrogante del título.


Vuelvo al dictamen del entrenador que en su visión particular una persona talentosa no puede desarrollar adecuadamente ese talento si no tiene disciplina y actitud, y las definiciones expuestas en el párrafo anterior pudiera decirse que le acompañan, aunque considero importante analizar el alcance y la dimensión de estos conceptos dentro de un contexto organizacional cuando es ejercida la función de supervisión. En entregas anteriores hemos definido la función de supervisar desde una perspectiva intimidatoria o desde el apoyo. Indudablemente a nadie le gusta sentirse intimidado y mucho menos mientras realiza una labor diariamente, es por ello importante considerar aquella interrogante planteada en el artículo anterior acerca de si las habilidades (competencias) pueden enseñarse. En la siguiente imagen propongo una serie competencias específicas para el ejercicio de la supervisión siguiendo el aporte del sociólogo suizo Perrenoud.



Lo anterior ha llamado la atención de mi ser investigador porque desde el mismo momento que leí un artículo que explicaba científicamente porqué las competencias no pueden enseñarse, he sometido esa idea a mi escrutinio particular y al de algunos de mis colegas. ¿Por qué la afirmación de que las competencias no pueden enseñarse? En una conocida publicación colombiana, el profesor Pilioneta (2) miembro de la Academia Colombiana de Pedagogía y Educación, interesado en el campo de la neurociencia para explicar el fenómeno de cómo aprendemos afirma lo siguiente “Las habilidades son la base del aprendizaje en todos los campos del desarrollo humano y el fundamento de la posibilidad de tener competencias como resultado de la adquisición de las mismas. No se puede enseñar por competencias. Se aprende por el desarrollo de las habilidades que son las que integran las competencias.”

¿Cómo se interpreta lo anterior? Estamos de acuerdo en cuanto a que el desarrollo de una habilidad, su apropiada adquisición y demostración me permite la categoría de competente, entonces ¿en qué condiciones desarrollo esa habilidad? Es aquí donde viene el aporte importante del campo neurocientífico para responder a esta interrogante cuando se menciona la teoría de la Modificabilidad Estructural Cognitiva, un concepto que puede leerse algo rimbombante, sin embargo, en la imagen que presento a continuación puede visualizarse el principio biológico que la sustenta.
La neurona es la célula fundamental de nuestro sistema nervioso, en la imagen puede observarse una explicación gráfica de ésta, indicando sus componentes. Las dendritas tienen un papel protagónico en el proceso de sinapsis, esa “toma de manos” entre una y otra neurona vecina que permite redes de conexión para fortalecer nuestro aprendizaje y el asentamiento del conocimiento, forma parte de esa maravilla biológica que es nuestro cerebro.  La mielina es una capa multilaminar que rodea al axón de la neurona que propicia el impulso nervioso durante la sinapsis. Sobre esto hecho particular Pilioneta explica lo siguiente: “Cuando las personas, y en especial los niños, son expuestos a situaciones en donde los retos son evidentes y la intensidad también lo es, en el cerebro ocurren fenómenos muy poderosos, y uno de ellos es la mielinización que consiste en el recubrimiento de los axones de las neuronas cerebrales con una capa de grasa (oligodendrocitos) haciendo que las conexiones sean cada vez más precisas y rápidas.” 
 
¿Entonces cuál es el aspecto clave dentro de toda esta afirmación si se puede enseñar o no las competencias? En la mielinización. La mielinización es un proceso tan vital que requiere ciertas condiciones que deben ser reconocidas y ejecutadas por parte de los padres y profesores. Esas condiciones están estrechamente vinculadas con la complejidad de los retos educativos a los cuales sometemos a nuestros estudiantes, las tareas simples y rutinarias no robustecen el recubrimiento de los axones para que las conexiones durante el proceso de aprendizaje sean “precisas y rápidas.” No es baladí entonces la idea planteada en una entrega anterior en cuanto a la necesidad del cerebro de emocionarse para aprender, a la luz de la mielinización durante este proceso.

¿No pueden enseñarse entonces las competencias? Pudiera concluirse de acuerdo a lo anterior que lo importante es enseñar las condiciones necesarias para ambientes complejos y creadores de aprendizaje significativo, de tal manera que permita el desarrollo de las habilidades que demuestren finalmente la competencia del individuo. El debate queda abierto, porque para algunos pedagogos esta razón biológica no es suficiente para una afirmación tan categórica cuando en principio configurar un espacio idóneo para el desarrollo de competencias, justifica ya de por sí su enseñanza. Ahora ¿qué sucede con las actitudes y la disciplina?

Para estudiosos como Robbins y Judge (3) del tema de las actitudes en ambientes organizacionales, éstas revisten de una complejidad tal, que no es fácil obtener respuestas que demuestren tal complejidad cuando las personas son consultadas acerca de temas sensibles como, por ejemplo, la religión, el sexo o la política. Es posible que se obtengan respuestas sencillas que no necesariamente demuestran ese componente subyacente que impulsa a tal respuesta. Si el punto es entenderlas con la finalidad de trazar un camino previo a la demostración de nuestras habilidades, entonces es necesario conocer sus propiedades fundamentales.

Investigaciones en el campo de la psicología social apuntan a que las actitudes tienen tres componentes: cognición, afecto y comportamiento. El componente cognitivo refleja la descripción o la creencia de cómo son las cosas, por ejemplo, en la expresión “el presupuesto de las universidades autónomas es muy bajo” un profesor universitario puede explicar la situación de su ambiente de trabajo partiendo de datos y hechos que lo confirman. El componente afectivo dentro del escenario mencionado con anterioridad se ve reflejado en el enunciado siguiente “estamos realmente disgustados e indignados con unas partidas presupuestarias por parte del Estado, que no responden a las necesidades de nuestras casas de estudio superior.” Por último, el componente del comportamiento puede demostrarse en esta situación en un enunciado como el siguiente: “continuaré prestando mis servicios como docente a pesar de las dificultades” o “emigraré del país en búsqueda de otras oportunidades.”

Evaluar las actitudes desde estos tres componentes ofrece una base de apoyo muy útil a la hora de entenderlas, especialmente en su vinculación con el comportamiento, porque todos están estrechamente vinculados. A la hora de buscar empleo, al emigrar a otro país en búsqueda de esas oportunidades que te niega el propio, los componentes de la cognición y el afecto están muy unidos de distintas formas. La injusticia que pudiera revestir la situación de búsqueda de empleo cuando un reclutador de personal desestima nuestras capacidades o la xenofobia que pueden manifestar los ciudadanos de otros países a una comunidad particular de inmigrantes, trae como consecuencia que alberguemos sentimientos sobre estas situaciones, es decir, de manera instantánea ocurre un entrecruce entre el reconocimiento de la situación y el afecto.

Surge la pregunta ¿el comportamiento siempre está alineado con las actitudes? No necesariamente y es cuando se entra en el campo de las contradicciones o lo que se conoce en términos más técnicos como disonancia cognitiva. No es extraño que tengamos una idea sobre una situación en particular y actuemos en dirección contraria a ella. La política es un claro ejemplo de esta disonancia, un gobernante afirma que trabaja por el beneficio de los ciudadanos y sin embargo sus actos reflejan todo lo contrario. Hay un ejemplo que me gustó mucho en este sentido y de paso muy actual, a propósito de la rueda de prensa de un conocido futbolista en el marco de la Eurocopa 2020, cuando deliberadamente rechaza la presencia de dos botellas de refresco o gaseosa en favor de dos botellas de agua. En principio refleja una consonancia con su imagen de figura deportiva de renombre que cuida su alimentación, sin embargo, en otra sección de noticias se anuncia que este mismo jugador es la cara visible de una importante cadena de comida rápida que no necesariamente demuestra una cocina sana en su plato principal. ¿Entonces?

En nuestra vida cotidiana podemos estar sometidos a ciertas inconsistencias, el punto clave es como reconciliar actitudes divergentes y alinearlas con el comportamiento. ¿Todo es malo? No lo veo así, aquí es importante reconocer las fuerzas que me han llevado a ese desequilibrio, racionalizar la situación y establecer los correctivos necesarios que permitan reducir las discrepancias. Nadie puede evitar por completo la disonancia, por lo que es importante en este sentido, valorar los elementos y su importancia dentro de la situación disonante creada, el grado de influencia que estos elementos tienen sobre el individuo y todas aquellas recompensas que estén presentes en esa disonancia.

¿Qué puede concluirse de todo lo hasta ahora expuesto y la interrogante que da pie a este artículo? Para los investigadores, las actitudes que los individuos consideran importantes son claves y promueven una fuerte relación con el comportamiento, un poco más allá, mientras más específica sea la actitud y más específico el comportamiento, más fuerte será la relación entre los dos. Es indudable entonces que una descripción de la realidad en ciertos términos construirá un escenario dónde volcaré mi afecto y por ende mi comportamiento. Al poner en práctica una habilidad, es decir, al demostrar mi competencia en un campo determinado, ese accionar va a estar sujeto al escrutinio de un entorno que puede reaccionar de acuerdo a actitudes particulares. Interesante ejercicio entonces reconocer cómo aprendemos, cómo nos sometemos a experiencias de cierta complejidad para promover la rapidez y la certeza de nuestro proceso de aprendizaje fortaleciendo el recubrimiento del axón de nuestra neurona, y de esta manera reconocer con cuál actitud específica enfrentaré los distintos escenarios que propone la vida. 

Así que tal como los componentes de las actitudes están entrelazados, algo similar pudiera plantearse para el caso de las propias actitudes y las habilidades como competencias. Si no existe una consistente disposición anímica a favor, que permita gestionar los retos que continuamente coloca la vida ante nosotros, lo más probable es que nuestras habilidades queden rezagadas y no podamos aprovecharlas en toda su dimensión.

Es un tema que puede generar creativos escenarios de debate, te invito a participar.

Hasta la próxima.

Lista de Referencias:

1. Diccionario Larousse. (2012). Diccionario Enciclopédico Larousse. México DF: Larousse.
2. Pilioneta, G. (22 de junio de 2014). No se puede enseñar por competencias. Obtenido de Neurociencia: https://www.semana.com/educacion/articulo/no-se-puede-ensenar-por-competencias/392731-3/
3. Robbins, S., & Judge, T. A. (2009). Comportamiento Organizacional . México DF: Pearson Educación.




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